martes, 4 de diciembre de 2007

El placer de no estar









Un comentario de Claudio me llamó la atención. Hablaba del pudor. De temer llegar a transformarse en un voyerista. De la pérdida de los límites un sábado por la noche.
Qué parte de los límites socialmente preestablecidos es la cual en la que yo creo y cuál sigo solo por no atreverme a cruzar....

Siempre he creído que así tengas 6 meses u 80 años de vida en este planeta, eres un ser por entero y no solo una parte. Mi sexo y mi sexualidad, van en el paquete junto con mis neuras, mis defectos, mis valores, mi humor, mi color de pelo, mis rabias, mis sueños, mi colon irritable, mi cefalea vascular, mi hambre por libros, música y cine. Entiendo que somos seres completos. Ni de la cintura para abajo ni de allí hacia arriba. Enteros. De la punta del pelo a los pies. Con todo el fenómeno cardiovascular y emocional de por medio. Somos bestias pensantes. De lo más cavernícola y básico como el sexo, el hambre y la sed, hasta la compasión y el arte.
Claro está que dentro de esta selva de animales hay de todo. La más compleja trama de especies y con diferencias entre cada INDIVIDUO. Único e irrepetible, como decía mi profesor de Biología celular, con su voz pastosa de tabáquico crónico.

Entonces es que entiendo todas las tendencias sexuales. Todo está permitido si se hace de mutuo acuerdo, sin dañarse física ni emocionalmente, si te hace feliz.

No creo haber perdido pudores. Creo que dentro de este mundo con chicas que prefieren el sexo anal para "no perder la virginidad" o quedar embarazadas, clubes de swinngers y artículos varios, soy más bien "clásica". Heterosexual a mango, de líbido alta, fiel mientras me amen bien, infiel en ocasiones, prefiero la piel, el momento y las manos a artilugios más sofisticados.
Hace un tiempo atrás me propusieron un trío y se me murió el deseo estrepitósamente. Nunca más. Quien tenga eso en mente, no es de mi especie, así que siga buscando.
De voyerista tengo que me encanta observar. El mundo entero. Guardarme en una esquina de una plaza llena de gente. De un museo concurrido, de una playa al ocaso. Y mirar. Ser parte del viento, del álamo que está a tres metros, de cada persona que transita cerca. Pero no estar. Solo ver. No estar. No teman paseantes, no juzgo, no hiero, no hago nada mal.
Y si se trata del amor...
me enamoro de la palabra, de las líneas del pensamiento, me enamoran con silencios intensos, con honestidad a toda prueba, con piel y ternura. Mil veces prefiero una buena conversación a un ramo de flores. Un paseo en la noche que una discoteque llena de gente.
Y soy apasionada en todo.

Pero pudor, Claudio, tengo.
Lo que no tengo es prejuicios.
Quizás es hora de escribir aquello que te arrebata los dedos. Escribes tan lindo, que muero por leerlo. Un abrazo.

9 comentarios:

  1. Bellísimo lo que escribiste a propósito de Juan Gelman.

    En verdad, es un viejo hermoso y un brillantísimo poeta.

    Lo que le pasó es el paradigma del dolor de muchos en nuestra amada América del indiaje.

    Daré varias lecturas a "El placer de no estar", y luego lo comentaré. A veces no me gusta hacer comentarios: dejo que los escritos fluyan como un gran río hacia mi corazón. Y nada más. Creo que así es una manera gozosa de sentir lo escritural.

    No es una teoría de arte. Al diablo con las teorizaciones. Quiero tomar sol; hundir mi rostro en los maizales; caminar cantando por húmedos bosques; que me sigan los perros de los campos y los asnos; tocar un pífano y bañarme desnudo en un lago al ocaso o de madrugada...

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  2. Mentecato
    para mí siempre serás un misterio. A veces te imagino como un brujo enano, encorvado caminando cabeza abajo, capucha oscura y bastón en mano. Otras de pelo blanco desordenado, fumando pipa mientras nadas en una biblioteca abarrotada y antigua. En mis sueños adquieres proporciones gigantes, grande espalda, rudos brazos, de cara enojada. Pero siempre me imagino corriendo hacia tí.
    Es tanto lo que a veces quisiera solo abrazarte y agradecer tus palabras, tus visitas, tu presencia.
    He tenido días tan oscuros, pero este blog ha sido mi escape.
    Y hoy me siento particularmente triste...
    un beso.

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  3. Tuve camaradas llenos de luz.

    Recuerdo que Salvattori (el viejo vate siciliano) siempre me hablaba del poeta Rolando Cárdenas y yo, de tanto imaginármelo, lo veía inmenso, gigantón, de pelo rubio, de voz cavernosa, de actitud recia (leía su magnífica poesía y su estatura planetaria crecía aún más).

    Una tarde, estaba con Salvattori en un viejo bar de la Alameda, y él, de pronto, me dice: "Ahí viene Rolando..." Pues, éste era un hombrecillo casi enano, frágil, de voz de hilillos de agua, de mirada tristísima... Pero detrás de todo eso era el hombre más hermoso del mundo. Y nos convertimos en dilectísimos camaradas.

    Therese Bovary y Lila Magritte lo recuerdan con hondo afecto, pues era asiduo a la casa de sus padres.

    Con Rolando tuvimos innumerables peripecias que darían para un libro. La última vez que lo vi fue en un supermercado: su voz me traspasó, porque parecía de súplica. "Juntémonos a caminar al sol algún día", me pidió. A la semana siguiente, lo encontraron muerto en su departamento. Por eso, siempre que camino bajo el sol pienso en él.

    El otro camarada, Salvattori, también voló al fondo del infinito. Y por allá en las lejanías celestes se habrán encontrado con Jorge Teillier, otro de los camaradas llenos de luz (y el mejor amigo de Cárdenas) que conocí en mis andanzas citadinas.

    (Todo esto a propósito de que, de pronto, para ti soy un brujo enano).

    Un gran abrazo.

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  4. A la manera de Walt Whitman: "Si te sientes triste, apóyate en mi hombro..."

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  5. Debo aclarar que desde que te leo, jamás pensé en que tuvieras prejuicios... yo tampoco los tengo, lo que pasa es que durante mucho tiempo y por distintas razones, el mundo al que estoy acostumbrado me ha convertido en alguien o algo que no quiero ser... No sé como explicarte el que mis labios están ensangrentados por morder esta lengua que desea decir todo aquello que piensa sin tapujos, sin acordes, sólo expulsarlas hacia mis manos temblorosas que se mueren de deseo de transcribir aquello que mi mente refleja.... pero "algo" me detiene siempre... siempre....

    Entonces sucede que encuentro luces o personajes entrañables en mi camino, que me recuerdan aquello de lo que te hablo... En uno de esos personajes (ya sean ficticios o detrás de un pergamino)te has ido convirtiendo a medida que te leo, y es por eso que concluyo que admiraré todo eso que puedes entregar (y que quizás no percibes)...

    Puede ser que aprendas a descoser esta boca deseosa de putear a este mundo ingrato...

    Desde el otro lado del muro...
    No estés triste, siempre hay sorpresas del otro lado del muro

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  6. A pesar de haber sido siempre un lobo estepario, conocí a muchos camaradas de luz. De costumbre, pasábamos en grupo a charlar un vino. De entre ellos, Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Salvattori Coppola, Óscar Vásquez (hijo del gran escritor Nicomedes Guzmán), el famoso Chico Molina, Efraín Barquero (que estudió en el liceo de mi pueblo natal), la hermosísima Stella Díaz Varin (ambos íbamos después de nuestras labores en el diario La Tercera a un bar llamado "El marino" a conversar interminablemente) y otros muchos... (Dicho sea de paso, ellos eran mayores que yo, el mozalbete intruso).

    Con Jorge T. una vez estuvimos acodados en la barra del "Isla de Pascua". Recién había publicado su libro "Crónicas de un forastero" y antes de irnos me lo dedicó. Por desgracia, lo perdí o alguien lo birló.

    Jorge era asiduo a la casa del poeta Pablo Guíñez y lo hacían dormir en un desvencijado sofá. Este Pablo G. es quien me recibiría en su casa para residir.

    Otro poeta, Jaime Gómez R., fue mi compañero de carrera en la Chile. Escribió con el seudónimo de Jonás.

    Otro poeta, Rodrigo Lira, fue mi compañero de Lingüística en la Chile (se suicidó en su casa).

    Casi todos estos camaradas de luz ahora habitan en las lejanías celestes.

    En todo caso, mis grandes y queridísimos camaradas fueron Salvattori y Rolando. Los Coppola han sido mi otra familia desde siempre.

    Se realizó, una tarde, en la Sociedad de Escritores, el lanzamiento póstumo de un libro de Coppola. De casualidad, en una sala contigua, se velaban los restos de Stella Díaz V.

    Los recuerdo de corazón, amados amigos.

    ¡Ah! Stella fue compinche en la juventud con Jodorowsky. Ella era una colorina de una gran belleza. Y creo que tuvieron una pequeña compañía de títeres.

    Tanta vida y tanta belleza...

    Un abrazo.

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  7. Stella y Jodo. Hasta donde cuenta él en sus historias que yo tanto me he saboreado, más que compinches eran amantes, él siendo más que hombre un niño, ella siendo más que una mujer, una diosa vikinga con una inteligencia afilada como su lengua, en constante furia y celo.Pobre niño, quedó apaleado y enamorado. Ja ja ja ...lindas historias.
    Tú me sigues volviendo loca mentecato. Me cuesta respirar cuando leo tus comentarios.

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  8. No me costó adivinar que llegaste a mis letras desde las colinas encantadas de nuestro amigo Mentecato.

    Un honor tu visita.
    Grande sagitariana! que alegría, nunca he conocido a nadie de cumpleaños el mismo día que yo.

    Con tus letras me pasó que me puse a navegar, que no es difícil perderse en el oleaje de una composición bella, un argumento bien definido, un mensaje y un trato delicado y pulcro de cada línea.
    Yo, lectora voraz y navegante empedernida del mundillo éste me encanté con tu retórica inteligente y que tan pocas veces encuentro.

    Y si Mentecato se encanta de ese modo que observo con tus letras entonces me dejo mecer por este estrepitoso oleaje tambien en confianza y alegría.

    Te paso a ver más seguido, esa es promesa.

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  9. De tanto en tanto, con Stella Díaz pasábamos a charlar a "El marino". Después, cruzábamos la línea férrea (del antiguo tren hasta Puente Alto), y la acompañaba a casa en la Villa Olímpica (yo tomaba en las cercanías la liebre Montt-Cerrillos, que me dejaba en Providencia lugar de mi domicilio).

    En una oportunidad, me invitó a un café. Le solicité pasar al baño y ahí ¡horror! se me atascó el cierre del pantalón. Ruborizado, le pedí a Stella que me facilitara aguja e hilo para hacer unas provisorias enmiendas técnicas a mi pobre prenda de vestir.

    Me senté en el living (Stella se retiró a las habitaciones interiores), me bajé los pantalones y manos a la obra: cose que cose (parecía un zurcidor japonés). De pronto, entra al departamento el hijo adolescente de Stella y ve a un tipo sentado en el living con los pantalones abajo... Con la cara de un gran imbécil, lo saludé y le expliqué, tartamudeando, el triste embrollo que me afligía.

    Desde adentro, aparece Stella y al ver el cuadro del living cae en un marasmo de risas que no podía contener. "Esta es una escena del absurdo", decía, y continuaba riendo...

    Me fui a casa entre vergüenzas, acongojado y risotadas que me hacían lagrimear inconteniblemente...

    Un abrazo.

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