viernes, 18 de enero de 2008

Dolor




Parecía una vida entera. La noche había pasado de a gotas. Los segundos se sucedían con intranquilizadora calma.
No podía sospechar qué pasaba tras esa puerta.
Todos mis conocimientos en vano.
Tal vez sería más fácil si tuviera un Dios a quién rezarle.
Pero tu frágil cuerpito amenazado me parecía la evidencia más irrefutable que nada así existía.
Temblaba de pies a cabeza cuando intentaba levantarme. Jamás había estado tanto tiempo sin decir palabra. La maldita congoja cual garra feroz atrapando mi garganta. El dolor urente en la boca del estómago, donde creo que debe estar mi alma.
Nunca antes me sentí tan fútil, tan obvia, tan descartable, tan poca cosa.
El dolor me atrapaba y me aplastaba contra la pared.
Te dije lo suficiente, cuánto te amaba?. Te lo repetí mil veces, lo pensaste antes de caer aquí?

El pasillo, los tacos de las enfermeras, el ensordecedor silencio, las voces susurrantes. No se me acerquen, quédense lejos de mí. No me miren, yo tampoco los miro. Justo ahora todo me da lo mismo. No saben que me estoy muriendo aquí.

No sé cómo pasó el día. Siguió mi lengua atorada sin poder emitir sonido. Los ojos vaciós y el dolor empezó a anestesiarme el cuerpo. Solo podía mirarte. Me dejaban unas horas dentro y luego me guiaban hacia fuera. Me quedaba justo allí. Sin moverme ni un centímetro de la puerta. Sin comer sin dormir.

Te cuento, hoy atendí un parto de madrugada. Era un hermoso varón. Lo tenía en mis manos, lo envolví con un paño tibio tras cortar el cordón, lloraba y estaba tan bellamente vivo. Le pregunté a la madre cómo lo llamaría. Ella algo dolorida, pero contenta, me sonrió y dijo "Jesús". Vaya ironía.

viernes, 4 de enero de 2008

Stay

Las estrellas se agolpaban frente a la ventana azul.

Ella estaba sentada frente al vidrio helado. Miraba la noche, sintiendo aún el alborozo de la piel recién despertada. Lobo blanco respiraba profundo al fondo del salón.

"Sabes tú cuánto tiempo llevamos escapando?" preguntó él con voz rasposa.

Lo miró a través del cuarto oscuro. Apenas podía delinear su cuerpo desnudo contra la pared.

Él encendió un cigarro y una luz naranja hizo brillar su boca.
Ella no pudo responder nada.
Él la siguió mirando.

Ella se tocó los brazos. Comenzaba a sentir frío. "Qué te hizo volver", le preguntó trémula. Él se acercó. Se sentó frente a ella. Su rodilla tocando sus muslos. Puso su mano en las piernas de ella. Subió con sus palmas hacia su vientre, siguió por sus pechos, llegó a su boca. La besó. La miró a los ojos, muy cerca, tocando sus narices, sintiendo su aliento tibio. "Te amo".

Ella reclinó su cabeza. Se levantó de improviso. "No quiero más juegos". Se puso sus pantaletas y una polera. Prendió la luz. "Te lo dije, no voy a seguirte. Nunca siquiera preguntaste antes de partir. La verdad, precioso, puedes ir armando tus cosas. Yo me quedo aquí."

Cuando encendió un cigarro, él se acercó de nuevo.
Ella notó en sus ojos fieros el hielo perturbador de la determinación.
"Yo no me voy a ningún lado".

Calló unos segundos. "Recuerdas esa mañana, tantas mañanas atrás.... llorábamos los dos, te bañaba yo a ti, me lavabas tú a mí. Recuerdas tu cabello tan largo, lo espumaste en shampú, te arrodillaste frente a mí y lavaste mis pies, mis piernas, mi sexo, mi pecho, mis axilas, mis brazos, mi cara y luego nos hundimos en el chorro de agua tibia e hicimos el amor?". Ella ya no sentía las piernas. Él tocó su pelo, hundió sus dedos y tiró un poco. "Tú eres mía". La miró de frente, hundiendo su mirada en los ojos algo temerosos de ella. Él le tomó sus pequeñas manos, las puso en su pecho agitado. "Todo lo que hay acá fuera y allí dentro, te pertenece. Era solo un bosquejo hasta que llegaron tus manos a terminarme. "

"Yo no me voy a ningún lado. Me quedo justo aquí".