martes, 23 de diciembre de 2008

Las 100 cosas que odio de ti


Sonó tu voz rasposa al otro lado del teléfono.
- ¿Lo siento, te desperté?- pregunté arrepentida, recién fijándome en el reloj.
- Mmm... sí, me despertaste, fresca...
- En serio, no me fijé la hora, perdona.
- Justo soñaba contigo- dijiste algo más despierto.
- ¿Conmigo?....qué soñabas? se puede contar, ¿cierto?...
- Lo único que recuerdo, es que justo cuando sonó el teléfono estaba por empezar una lista que titulé "las 100 cosas que odio de ti".
-Cien?!!
-Aunque fueran mil...-reíste- hay algo contigo que me obliga a quererte, que supera las cien o mil cosas por las que quisiera odiarte. No puedo.
- ¿Tan tan tan mala soy?
- Tan mala - sentenciaste.
El silencio cubrío las líneas unos momentos. Volviste a reir. Sé que todo lo que dices es cierto.
- Pero nada que hacer, te quiero, te quiero, te quiero...ya bruja malditabendita, dime por qué me has despertado....
- Al menos sé que esta es una...-reí

sábado, 13 de diciembre de 2008

Waste me

La bendita marejada que me arrastró hasta abajo, me partió la cara contra las rocas, me arañó despiadada contra a arena, me dejó la piel palpitando, roja y herida, la que una y otra vez sabe dónde golpearme, cómo tomarme para que no deje de sentirme en la batalla, que me suelta justo para que tome aire, que me espera hasta que me sienta a salvo y vuelve rauda. La misma que me ahoga me hizo crecer alas, la misma que me las quiebra, las hace ser gigantes y el odio que genera me hace más vulnerable... más vulnerable a este amor inmenso por cada ráfaga de puta vida. Puta vida.
Y cuando despierto, otra vez, otro día, otra vez entiendo y otra vez repito que no hay opción ni salida ni trampa. Esto es. Mi guarida, mis amores, mi familia. Soy la sobreviviente eterna, la vigilante designada, la iracunda madre mujer niña pecadora santa asesina que la marejada guarda.
Y cuando despierto, otra vez, otro día, otra vez entiendo, otra vez repito, lo que siempre olvido: los amo demasiado para rendirme.

martes, 9 de diciembre de 2008

Que te sacuda el pecho

Me exorcizo. Me miras a los ojos y te ríes. No entiendes nada. No podemos hablarnos. Cada acorde te empuja, lo sientes desde la planta de los pies. Pasas a ser parte de un monstruo gigante, vibrante, que grita y brama, que suda y salta. Y el calor se multiplica, se enciende la multitud en una llama de colores y sonidos de guitarra. Un cántico de guerra, la haka de los maoríes, la admiración, la odolatría. El mundo nuevo tras la muralla de mentiras. Derribando por un par de horas la pena, el fracaso, las frustraciones. Somos uno de nuevo. Somos una sola familia. Y nuestro Dios inventado, nuestras creencias, nuestra osadía, se refleja en la música que nos desata.
Se acaba la noche y caminamos por la acera. Actúas como un niño, saltas, cantas y yo me río. La noche en silencio, los oídos tapados. Ya es mañana y mañana es hoy día. Y atrás, muy atrás, quedó lo gris, lo turbio, lo frío. Ahora solo juegas y me diviertes tanto. La luz se asoma apenas atrás de los edificios. Te acerco a mí y te beso despacio. Después de esto puedo creer en la vida otro rato.