Cuando pequeña había unos peluches de colores, caritas divertidas y cola terminada en pompón, que se enrollaban sobre sí mismos, dentro de una mochilita que llevaban pegada en la espalda. El mío terminaba transformándose en una bolita del tamaño de una pelota de fútbol, entera blanca y mullida. Qué envidia.Se transformaba y se escondía. Sus ojos, su cola de colores, sus manos, su carita. Todo desaparecía. Y terminaba de cojín redondo sobre mi cama de niña.
Quise creer que podía ser distinto...pero si hay una de esas bellas sorpresas en el camino, al parecer aún tardará otro rato. Así las cosas, me hago un ovillo, velo mis intenciones y mis sueños, dejo la sonrisa pendiente, la alegría guardada, la desesperanza escurriéndose de a poco y me escondo todo lo que pueda en mi mochila blanca.
No es negación, queridos, es solo un desesperado intento por sobrevivir.
Tengan dulces sueños.



